domingo, 20 de octubre de 2019

El ojo, la lágrima, la sopapa y la semilla (crónica homenaje a Almendra)

Por Elizabeth Ambiamonte

Se cumplen 50 años del disco Almendra, no casualmente a la par del cincuentenario del álbum Abbey Road de The Beatles. Para Almendra debut, para los otros despedida (último en grabarse, no en editarse). Y no son coincidencias, sino más bien consecuencias la contemporaneidad de ambas bandas, y su intersección marcada por la originalidad. Este año una película titulada “Yesterday” nos hizo preguntarnos cómo sería un mundo sin The Beatles y sus canciones, y de este lado del planeta podríamos preguntarnos “¿qué sería de Argentina sin Almendra y sus criaturas?”.

El miércoles 16 de noviembre, a las 19 horas, estaba enfilada detrás de una multitud de gente, entrada en mano, que ocupaba gran parte del hall del CCK. Las entradas -casi imposibles de conseguir- no eran numeradas, y el horario de llegada era clave para ubicarse, mi único consuelo era que detrás mío la fila era más larga aún. Una mujer de unos setentilargos, bajita, con anteojos, me eligió a mí entre esa amplia multitud para manifestarme su pesar: “¡Yo no sabía que tocaba Spinetta hoy!”. Entre sorprendida y conmovida, le expliqué que en realidad lo que iba a ocurrir era un festejo por los 50 años de la edición del primer disco de Almendra, que tocaría la Orquesta Nacional Juan de Dios Filiberto, y que estarían tres de los integrantes de la banda, pero Spinetta... no. La mujer me miró con cierto alivio, pero todavía ofuscada, “¿No toca entonces Spinetta?”. Me acerqué a su oído para decirle en secreto la noticia que temí la afectara, y susurré “Spinetta murió”. Ella me miró fijamente por sobre sus lentes, y disparó “¿pero los otros no?”.
Sentí que me reivindicaba cuando le pude contar las buenas nuevas, que esa noche estarían en el escenario Rodolfo García, Edelmiro Molinari y Emilio Del Guercio, y que además no se amargara si no tenía entrada, porque el 6 de noviembre, allí mismo, habría otra oportunidad de festejar a este disco “seminal”. Así lo definió Juan “Pollo” Raffo, responsable de los arreglos orquestales que llevaron adelante los excelentes músicos dirigidos por el Maestro Mariano Chiacchiarini, y que nos ofrecieron una colección de versiones originales de un repertorio consagrado de clásicos. Las voces de Mariana Bianchini y Rubén Goldín, sumada a la de los tres fundadores de Almendra tuvieron brillo sin imponerse a las instrumentaciones. El volumen de las líricas y otros instrumentos, según se comentó por ahí, se trabajó adrede, para que la música fuera la protagonista, y no los ejecutores.
El repertorio del disco editado en 1969 se recorrería en estricto sentido inverso, de “Laura va” a “Muchacha” .
Fue Raffo quien pronunció las palabras iniciales de la noche, para anticipar lo que harían pero también para reflexionar sobre la relevancia de esa obra. No faltó la referencia al gran ausente de la noche, y su valoración ineludible: Luis Alberto Spinetta.
Y en relación a la “anécdota de la tapa emblemática”, que todos sabemos que en principio fue rechazada por RCA, (quizás la señora del hall tampoco esté al tanto) Juan instaló la duda sobre si “estaremos hoy lo suficientemente perceptivos para reconocer a los potenciales ‘Almendra’ del momento, o si nos presentan una tapa, la rechazamos y luego decimos que la perdimos”.
Aquel melancólico payasito cargado de símbolos, cuyo código se develaba en el afiche interno del álbum, como un aporte más al lenguaje poético, y que a su vez organizaba las categorías donde ubicaban los temas, hoy también podría ser re-visitado, aunque la puesta no lo incluyó.
Y tal vez podamos ponernos “perceptivos” e imaginarnos que esa noche de miércoles tango, jazz, rock, en ménage a trois permanente, podrían ser esa lágrima que sostenía la mejilla del hombre de la tapa del álbum. O que la performance a cargo de la Compañía Nacional de Danza Contemporánea correspondería a la sopapa, que como flecha se clava en el costado de la cabeza del mismo hombre.
Pero ¡el ojo! El ojo, mis queridos, estaban puestos en los inspirados Rodolfo, Emilio y Edelmiro en cada aparición, y en ese enjambre de virtuosos que extirpaban notas donde apenas había cuerdas, viento, parches... en una sala donde todo parece más sublime. Y también en la bella Mariana Bianchini que emprendió el vuelo con “Laura va”, luego de la apertura instrumental de la orquesta, y combinó su voz cadenciosa, con su presencia sensual vestida de negro, encajes y brillos. Y en un Goldín que portaba esa sonrisa aniñada y pícara cada vez que caminaba hacia el micrófono, para después transportarnos por laberintos spinetteanos con su voz única.
El primer Almendra en materializarse en el escenario, fue Emilio. El swing de la banda, el chasquear de sus dedos y su andar, sumados al sombrero fedora, daban la impresión de que interpretaría un tema de Frank Sinatra, o de Bill Evans. Pero no, era el tema de su autoría “Que el viento borró tus manos”, por momentos más tanguero, en otros retomaba la impronta jazzera de la intro, pero siempre cargado de clima.

El siguiente tema inauguró la participación de Edelmiro Molinari en guitarra y voz, Rodolfo García en batería, presentados por Goldín que también puso su voz en “A estos hombres tristes”. A estas alturas ya no había espacio para dudar que la orquesta y los arreglos daban al repertorio una dimensión diferente, espesor, textura, color. El compás binario de los tambores de inicio anticiparon la visión combativa de esta versión, que convierte a este tema emblemático de Spinetta en una gesta épica, en un campo de batalla entre lamentos y arengas. “Salva tu piel, la ciudad te llevó el verano...” ruegan y advierten los primeros versos de la canción, en la voz de Goldín. Aguerrido, como atacando en la retaguardia, Edelmiro sumó su voz a partir de los versos “Tú tienes pies y tienes manos pero no se ven...”.
Como bandera de paz, siguió “Plegaria para un niño dormido”, con Mariana nuevamente jugando con su voz que se mezclaba por momentos con los nutridos sonidos orquestales de violines, violas, violoncellos, contrabajos, guitarra, piano, bandoneones, flautas, oboes, clarinetes, fagotes, cornos, trompetas, percusión, timbal, que tocaron al servicio de las canciones con escasos momentos solistas.
También en “Fermín” se percibió una especie de espíritu medieval, por llamar de alguna manera a este redescubrimiento de la crudeza del clima y las palabras. Interpretado maravillosamente por Emilio, hubo un arreglo de flauta (al principio y al final) que acentuó la referencia a la canción infantil “Mambrú se fue a la guerra”, cuya inocente melodía disimula el horror y la violencia de la guerra. El detalle refuerza la paradoja que expresa el tema, “Fermín se fue a la vida” y “en el hospicio ha de morir”. El cierre de flauta refuerza el efecto circular que como Fermín, “gira y da más vueltas”, sin poder escapar de ese destino trágico que presagia la canción. La figura del hospicio tira un link a aquel “Strawberry Fields” de Lennon, que bien sabemos que no es un “campo de fresas”, sino del campo de batallas responsable de tantos huérfanos.
Si nos sacuden hoy la fuerza de estas composiciones, recordemos que hace 50 años las crearon y defendieron esos fabulosos cuatro muchachitos porteños, en medio de un clima represivo constante, además de conservador y reaccionario. Cuando el riesgo de pensar demasiado, era real.
“Ana no duerme” llegó con un enérgico dueto de Rubén y Mariana, que recorrió el escenario y ambos pudieron soltar sus voces, y hasta algo de furia. La bailarina casi poseída, se mantuvo a la izquierda del escenario. En realidad todos los temas fueron acompañados por danzas performáticas de mujeres y hombres, en grupo o unipersonal, con objetos, vestuario, algunas intervenciones más o menos prolongadas, más calmos o intensos, ocupando diversos espacios del escenario y los pasillos de alrededor.
Y si algunos han tildado de surrealista a los temas del Flaco, “Figuración” es seguramente uno de los responsables más obvios. Emilio cantó este miércoles este tema inspirador, que expone el ADN de los muchachos en ese recitado que homenajea a Astor Piazzolla “Si vas a perder tu amor, alguien te ha dicho ya, aunque no eres real vas a perder tu amor...”. El bailarín que acompañó la pieza, contorsionaba su cuerpo de un modo que realmente parecía hacer peligrar su cabeza.


Volvieron a ubicarse en el centro de la escena Edelmiro, y Rodolfo en batería, para regalarnos un momento de gloria con “Color Humano” . La voz de Edelmiro imprime a su creación el cansancio, el tedio, la exhortación a hacer un alto en la batalla, para retomar la marcha con claridad: “no miremos hoy, descansemos hoy”. El sólo de guitarra del intermedio -que también ejecuta Edelmiro- se funde en un despertar poderoso de la orquesta que recuerda al mítico Sgt. Pepper, luego retomado al final con cierre dramático, enfatizado por los brazos abiertos y agitados del bailarín que interpretó en paralelo cada sonido.


El cierre anunciado de “Muchacha” tuvo la voz de Goldín, y los arreglos convirtieron esa melodía despojada en una potente manifestación porteña que nos transportó a una adolescencia apasionada. El escenario se pobló de un grupo de muchachas -de la Compañía de Danza- que bailaron lookeadas al estilo años sesenta, como una postal onírica encantadora.
La aparición de todos los artistas en el escenario, reverenciando y señalándose unos a otros en señal de reconocimiento, ante el aplauso incesante de la audiencia nos hizo creer que era el final. Nos preguntamos si eso era todo, ya que así lo anunciaba el programa, pero el bonus track llegó con “Tema de Pototo” nuevamente con Rubén al frente. Y si bien las palabras nos remiten a un clima melancólico, la canción se interpretó con tanta alegría que las palmas de la audiencia acompañaron. Hacia el final se sumaron las voces Emilio y Rodolfo para interpretar una enérgica versión de “Hoy todo el hielo en la ciudad”. Los arreglos aquí jugaron de un modo particularmente transformador, a las armonizaciones características de las voces se sumaron los arreglos instrumentales, que crearon escenografías sonoras que nos invitaron a visualizar la película: el panorama apocalíptico, esa especie de trampa sin salida, al que la canción propone su solución poética “voy a perforar el hielo, voy a remontarme al cielo, para observar hoy todo el hielo en la ciudad”. Porque como sabemos “de todo laberinto se sale por arriba”.
Los últimos versos encuentran a Edelmiro junto a sus compañeros Emilio y Rodolfo en el frente del escenario, y es la primera vez que los tres Almendra cantan juntos desde hacía mucho tiempo. Mariana y Rubén también están acompañándolos en ese momento en que todos agradecemos que sean parte de nuestras vidas, memorias, alegrías y tristezas.
En la película citada al principio -”Yesterday”- uno de los personajes expresa una frase que resume la relevancia de una obra que nos transforma “Un mundo sin los Beatles, es un mundo infinitamente peor”. Seguramente ustedes coincidirán conmigo: aplica también a Almendra.
Con respecto a la señora del hall, quisiera confirmarle que no estuvo Spinetta, pero lo escuchamos cantarnos al oído.

domingo, 4 de agosto de 2019

¡Bienvenidos a Maceddonia!

Cuando era muy chica llegaron a mi bandeja de discos un par de simples de The Beatles. Nadie me explicó quienes eran, ni qué hacían ahí, pero la conexión fue instantánea. Ni siquiera entendía el idioma, pero algo vibraba y detonaba en mi interior.
Años después entendí que ese poder se generaba de la coincidencia de muchas cosas: música, palabras, formas de decirlas, mi propia historia y la de sus creadores. Entendí que hay hilos invisibles que nos conectan aunque estemos del otro lado del planeta, y no sólo el vuelo de la mariposa puede agitar y cambiar al mundo. 

Y hay algo que nos atrae y conecta en el universo: la honestidad. Lo auténtico va directo de uno a otro, y allana todos los caminos y supera los intermediarios, porque lleva implícito el amor, cosa que no se puede fingir o sostener en el tiempo. Habrá falsos mesías, pero más pronto que temprano la verdad surge como la llama a la que nada puede ocultarse. 
Ser libre es uno de los objetivos más comunes y complejos, y el arte de todas las épocas así lo testimonian. Es casi un efecto natural pensar que a través de él, expresiones artísticas como la música, logremos conectarnos con nuestros más afines. Ejercer la libertad quizás sea una utopía, y para no entrar en las filosóficas cuestiones de empezar a definirla, adelanto que mi intención es contarles como llegamos a este punto, y es bastante más mundana la historia.
Tardé muchos años en descubrir que mi verdadera pasión era comunicar, pero en ese camino hubo mucha búsqueda que luego retomó el cauce. Cuando finalmente pude empezar a generar contenidos radiales, y en prensa escrita, también descubrí que no era sólo "comunicar" lo que deseaba, sino "cambiar la realidad". 
Este medio surge como necesidad de comunicar, de entrar en diálogo, de conectar ideas e información que no responden a zonas geográficas, ni a tiempos precisos, sino a necesidades colectivas de buscar lugares comunes y empoderarnos.
En los '60 fueron los jóvenes quienes pusieron la cuestión en la mesa, el mundo no era como pensaban que debía ser, entonces debían cambiarlo. Y lo hicieron en parte. 
Este espacio pretende convertirse en una comunidad, que su energía sean las ideas y se corran los límites que creímos (o nos convencieron) que existían.