viernes, 28 de mayo de 2021

Crónica de Daniel Ripoll exclusiva para Maceddonia a cincuenta años de su "Beat Trip"

UN VIAJE AL TEMPLO DE LOS DIOSES

Daniel Ripoll, fundador de la mítica Revista Pelo y los festivales B.A. Rock, re visita luego de más de cincuenta años (51) sus crónicas en Londres. En mayo de 1970, momento fundamental y bisagra de la historia del rock internacional (y la cultura popular) por la turbulenta situación que generó la separación de The Beatles: Daniel Ripoll estuvo allí. En el corazón de esa manzana amada y con fecha de vencimiento que fue Apple Corps. Aquí, en exclusiva para Maceddonia, la revisión de ese evento que nos acercó al epicentro de la nueva era, por el mismísimo cronista.

Mayo 2021, por Daniel Ripoll

En mayo de 1970 habíamos aterrizado en Nueva York junto a Emilio del Guercio y Edelmiro Molinari, los miembros de Almendra, y su mánager, Aníbal Gruart. Queríamos ver “cómo era” el gran mundo de la música naciente. Aquella “Nación Rock” parida menos de un año atrás en los embarrados prados de Woodstock. Pero no era el único objetico: los Almendra también fueron a comprar sus nuevos instrumentos. Y yo a lograr mis primeras entrevistas y notas internacionales para la incipiente revista Pelo, que andaba apenas por su edición Nº5 de los que luego sería una saga de más de 30 años.

Recorríamos la gran manzana de arriba abajo, pero al atardecer rumbeábamos hacia la bohemia del Village, hasta desembarcar en las puertas del núcleo de la movida musical de la época: el Fillmore East, al 100 de la Second Avenue. Allí asistíamos a recitales de Jethro Tull, la banda Clouds o el solista John Sebastian. Entre las bambalinas de ese teatro mítico logré entrevistar a un sudoroso Ian Anderson. Todo era como una experiencia en turbina: estábamos comprobando la potencia germinal del rock. Ese movimiento que sacudiría al mundo que veíamos crecer desde lejos y que parecía leyenda.

Unos días después, dejamos a Edelmiro y Emilio, ensimismados con sus nuevos instrumentos, y con Aníbal partimos hacia Londres, objetivo final del viaje. Éramos muy jóvenes y, por tanto, todo nuevo para nosotros. Inclusive los aviones. En ese momento había aparecido, en medio de grandes polémicas, el primer Jumbo. Su única ruta era de Nueva York a Londres. Nadie quería tomarlos pero Aníbal y yo estábamos decididos a probar todo lo supusiera modernidad. Así fue nos metimos sin dudar en la gigantesca nave como si fuera la panza de Moby Dick. Se trataba de nuestra primera salida al mundo y no íbamos a andar con remilgos. Durante el viaje yo circulaba con mi pequeña filmadora japonesa de Súper 8 filmando. Así me subí a la cabina del avión con ella. Filme el despegue, a Aníbal y el cruce del Atlántico. Luego, ya arribados, filmé algunas escenas de Londres, los típicos buses dobles y las calles. De pronto, la película se trabo, y no hubo forma de que funcionara. ¿Cuál fue la última imagen que registró? El frente de un edificio ubicada en Saville Road: créase o no, la casa de Los Beatles. Premonitorio.



Ya sumergidos en el swinging London, acompañé a Aníbal hasta Hanwell, en los suburbios de la gran ciudad, donde nos esperaba el “padre del ruido”: Jim Marshall. Sí, el de los equipos… Ese hombre que está en el planeta de los santos del rock junto a Leo Fender y Les Paul. Ese día se consiguieron los primeros Marshall para Almendra. Una aspiración casi inalcanzable para cualquier banda argentina de esos tiempos. Luego, Aníbal me hizo el aguante en mis notas sobre el ambiente de Picadilly Circus, o la moda y modos de Carnaby Street. Pero también salimos de “gira”. Viajamos en tren hasta Sussex Porque allí, en el hipódromo de Plumpton se estaba realizando unos de aquellos típicos festivales ingleses al aire libre que estaban en pleno auge. Sobre el suave “césped inglés” del hipódromo asistimos a las presentaciones de la Ginger Baker´s Air Force (ex Cream), los entonces desconocidos Black Sabbath y a la banda de moda: Chicken Shack, a cuyo líder, Stan Web, entrevisté para la revista sobre esa pista hípica convertida al rock. Luego de ilustrarnos con Marshall comprobamos, en ese mismo escenario, que era cierto: otro “sonido” era posible…

Pero aún faltaba el gran objetivo. Si el rock ya era un mega mito entre las nuevas generaciones de ese momento, el relato tenía cuatro dioses paganos que lo representaban y eran venerados en todo el mundo. Pero para conmoción de los feligreses, esos dioses, como divinidades griegas, se habían puesto a luchar entre sí. John, Paul, George y Ringo ya no eran la santísima cuaternidad, se estaban separando. Para conocer la verdad, teníamos que ir a buscar información a su propio templo: Apple Corps. Después de dos días de insistentes llamadas a Laurie McCaffrey, la telefonista de la basílica blanca, logramos que nos dieran la venia para ingresar en el lugar sagrado de los Beatles que, aunque por esos momentos, permanecía cerrado a la prensa con cuatro candados, nos daba una luz de esperanza de conseguir alguna data.

Para dar testimonio, contraté a Stuart, un fotógrafo free lance que, a pesar de sus 21 años, se conocía toda la “movida” y los códigos del London beat que atravesábamos a toda velocidad en su pequeño Mini Cooper. Así fue que ese viernes por la mañana enfilamos para el Soho, estacionamos cerca de la puerta, y subimos decididos los cuatro escalones de Saville Road 3, portal de ingreso de la venerada manzana. Jim, el portero, no me creyó cuando le dije que tenía la posibilidad de una entrevista. Habrá pensado que éramos otros de los habituales pesados que se bancaba cada día. Pero a Stuart se le ocurrió usar una fórmula que venía justo para la ocasión. En el lenguaje popular londinense mucha gente se comunica en código a través de frases hechas, rimadas, con lo que se supone se quiere decir. Sin que yo entendiera nada, Stuart le dijo a Jim que habíamos llegado porque estábamos invitados a comer “Apples and pears”. Jim se rió y se franqueó con él. Entonces fue para adentro a consultar. Obviamente le dijeron que sí, que estábamos invitados. ¿Pero qué fue lo que le había dicho Stuart? “Apples and pears”, en cockney, el slang de los suburbios, significa “escalera”. Habíamos llegado allí desde muy lejos para subir las “escaleras” de “Apple”…

En esos días de turbulencia (a sólo dos meses del anuncio de la separación), en medio de un divorcio sin acuerdo, la confidencialidad de la basílica beat estaba precintada. Todo era una batalla de rumores y versiones, minada por abogados y amenazas de litigios contenciosos por debajo. Cada uno de los cuatro apóstoles estaba encerrado en sus proyectos personales (sus discos solista ya estaban listos) y no aparecían por el templo. Los periodistas, justamente, no eran los mejor recibidos. Porque, además, los oficiantes internos no tenían mucho para decir. Ninguno de los empleados de esas oficinas tenía claro qué estaba pasando. Pero yo había venido “desde el fin del mundo”, y ese exotismo geográfico me abrió la voluntad de Mavis, la secretaria general de los Beatles, que fue quien, finalmente, me facilitó la entrada para que pudiera conocer Apple y narrarle a los lectores de la revista Pelo cómo era ese templo, Aunque quedaba vedado averiguar algo sobre aquella separación que estaba conmoviendo al mundo. (*)

Pasé un par largo de horas allí. La Argentina era exótica entonces -creo que ahora también. Y una revista de rock de Sudamérica, lo era mucho más. Los pocos números de Pelo con que contábamos entonces les resultaron “inesperados”. Es más se sacaron fotos con ese “magazine” editorial fuera de radio que no entraba en sus cabezas etnocéntricas…
Así, en un ambiente de afable pintoresquismo, estuve intercambiando ideas con el departamento de prensa y promoción de Apple. Recorriendo los despachos (amablemente me dijeron que no se podía subir a la famosa terraza) y me quedé conversando (gracias a la ayuda entradora del cockney de Stuart) con toda esa gente “moderna” que estaba en el centro del volcán de la revolución de costumbres y señales que emitía Londres. Sin embargo, a pesar del ambiente distendido, se les notaba preocupados por su propio futuro y por el de los Beatles, patrones e ídolos. 
Pero aunque nadie deslizó data, tiempo después pudimos reconstruir algunos entresijos y secretos motivos de la impactante decisión.

Al poco tiempo, apareció Malcom Evans. El mítico roadie de los Beatles que había comenzado como portero en The Cavern, allá en los días de Liverpool. Con el tiempo, “Mal” se convertiría en el asistente fiel y confidencial del grupo. Pero, para ese “último” año de 1970, ya era el encargado de las nuevas producciones de Apple. Pegamos onda con “Mal”. Sabía algo de Argentina, aunque nada de su música. Y como estaba interesado en difundir, me arregló una nota con Badfinger, aquellos chicos producidos por los Beatles, que un tiempo después, casi sin querer, meterían un hit gigante a nivel mundial: “No matter what”, aunque luego en Argentina se hicieran conocidos también con el estándar “Without you”.

Parte de aquella visita a Apple quedó reflejada en varios números del primer año de vida de la Revista Pelo. En su momento, esas notas tuvieron mucha repercusión. Nadie había estado nunca en Apple. Sin embargo, hoy, a la distancia, lo que mi memoria recuerda no es el logro periodístico (que ayudó muchísimo en el crecimiento de la revista) sino el nudo de esa experiencia: mi primer viaje y mi primer encuentro con el mundo de la gran música. Eso me llevó a comprender que la vida de los músicos famosos está atravesada por canales y cavernas ocultas al gran público. Muchos intereses se mueven debajo y por detrás cuando una banda vende millones de discos. La creación de Apple había sido una idea de Brian Epstein para que los Beatles, en lugar de pagar millones de impuestos, los invirtieran en una corporación dedicada a sus propios productos y a promover otros generados por terceros. Pero en medio del nacimiento de la manzana, Brian se murió. Apple quedó como un bote sin timón en la tormenta.

La batalla de intereses y personajes dentro de la “Corp” fue durante mucho tiempo infernal. No era para menos. Los Beatles como banda, sus integrantes individualmente y sus producciones estaban destinados a generar todavía muchas más regalías y ganancias para los años por venir que los millones que ya habían ganado en once de carrera. Había intereses de terceros, compromisos, y una industria dependiente detrás. No debe haber sido fácil para cuatro pibes de un barrio suburbano de Liverpool. Quizás hicieron bien en separarse, ya estaban formando parte industrial de una empresa más que de un grupo artístico.

Sin embargo yo mismo, junto con lectores y fans, quedamos enredados dentro de la trama de lo “beatle” visible. Luego de esa visita a Apple elegí decenas de portadas sobre ellos, edité y corregí notas, seleccioné posters, participé en debates y hasta edité un fascículo sobre los Beatles. Aunque la banda había desaparecido, nadie quería resignarse a la decisión que ellos mismos habían tomado. Por una razón u otra, queríamos a los Beatles conviviendo contemporáneamente. Sin embargo, aún hoy no me explico el fenómeno de la supervivencia. No sé si todos fuimos meros feligreses de una religión admirativa o somos, en realidad, nosotros mismos, como público, quienes encarnamos la permanencia de la iglesia cultural de ese mismo mito. Sea como sea, los Beatles ya a estas alturas, parecen ser más grandes que ellos mismos. Así son los misterios y las veneraciones de la fe.

Daniel Ripoll


(*) El resultado de todos esos momentos quedó plasmado en la revista Pelo. Medio siglo después, cualquiera puede leerlo: Gracias a la Universidad Nacional de Quilmes está disponible en las redes y la colección física oficial, desde hace un tiempo, forma parte del patrimonio de la Biblioteca del Congreso de la Nación.

Puede consultarse el archivo digital en www.revistapelo.com.ar